Estamos dando una nueva imagen al blog.

Disculpa las posibles molestias que esto pueda causarte. Danos tu opinión sobre el nuevo diseño.
Nos será de gran ayuda.
Gracias.

miércoles, 27 de febrero de 2013

LA LUCHA POR LA LIBERTAD SEXUAL: LOS CELOS por Emile Armand

Ocuparse del problema social y olvidar los estragos y la repercusión de este terrible azote social que son los celos sexuales en la humanidad, me parece un ilogismo.

La desgracia es que este espécimen retardatario se encuentra todavía en los medios «de vanguardia» o extremistas. Incluso entre los anarquistas, los celos causan homicidios, suicidios, soplonerías* pendencias y altercados entre camaradas. Importa, pues, a mi juicio, analizar los celos y preguntarnos cuál es su remedio. El conocido es el de combatir la enfermedad. Se me ha objetado que «los celos no se mandaban». Mezquina objeción. Si aceptáramos esta objeción en sentido propio y figurado, sería para desesperar de todo esfuerzo intentado con miras a desembarazar al ser humano de los prejuicios que abruman su cerebro. El creyente y el patriotero dicen también que la fe y el amor a la patria no se mandan. El capitalista afirma también que el deseo de acumular más y más no se manda. Los celos son diagnosticables y analizables como cualquier otro sentimiento autoritario o pasión enfermiza.

En una novela utópica de M. Jorge Delbruck: En el País de la Armonía, uno de los personajes, una mujer, define los celos en términos lapidarios: «Para el hombre — expone — el don de la mujer implica la posesión de dicha mujer, el derecho de dominarla, de atentar a su libertad, la monopolización de su amor, la prohibición de amar a otro: el amor sirve de pretexto al hombre para legitimar su necesidad de dominar; esta falsa concepción del amor hállase de tal modo arraigada en los civilizados, que no vacilan en pagar con su libertad la posibilidad de destruir la libertad de la mujer que pretenden amar». Esta pintura es exacta, pero se aplica tanto a la mujer como al hombre. Los celos de la mujer son tan monopolizadores como los del hombre.

El amor, tal como lo entienden los celosos, es, pues, una categoría del arquismo. Es una monopolización de los órganos sexuales y táctiles, de la piel y del sentimiento de un humano en beneficio de otro, exclusivamente. El estatismo es la monopolización de la vida y de la actividad de los habitantes de toda una región en beneficio de los que la administran. El patriotismo es la monopolización, en beneficio de la existencia del Estado, de las fuerzas vivas humanas de todo un conjunto territorial. El capitalismo es la monopolización en beneficio de un pequeño número de privilegiados, detentadores de máquinas o de especies, de todas las energías y de todas las facultades productoras del resto de los hombres. Y así sucesivamente. La monopolización estatista, religiosa, patriótica» capitalista, etc., se halla en germen en los celos, pues es evidente que los celos sexuales han precedido a las dominaciones política, religiosa, capitalista,etc. Los celos han preexistido a la vida en sociedad y he ahí por qué los que combaten la mentalidad social actual no pueden olvidar el hacer la guerra a los celos.

Siendo, pues, considerado el amor como una monopolización, los celos son un aspecto de la dominación del ser humano sobre su semejante, hombre o mujer, un aspecto del descontento o de la cólera o del furor experimentado por un ser vivo cualquiera, cuando siente o prevé que su presa se le escapa o tiene intención de escapársele. Es a esto a lo que se reducen los celos, en el mayor número de sus accesos, cuando se les ha despojado de todos los adornos, con los cuales los han aliñado, para hacerlos aceptables y presentables, las tradiciones, las convenciones, las leyes religiosas o civiles. Es este aspecto tan común de los celos lo que yo denominaré celos propietarios.

Una segunda forma de los celos podría llamarse celos sensuales. Ésta se analiza así: uno de los participantes en la asociación amorosa, encontrando en su compañero una satisfacción perfecta, hállase privado, por el hecho del cese de las relaciones puramente sensuales que formaban el lazo que le unía al otro; su sufrimiento hállase agravado por el conocimiento de que un tercero goza del placer que el «enfermo» habíase habituado a reservarse sin temor de participación. La enfermedad empeora tanto más cuanto que el objeto de la afección es más voluptuoso o está dotado de atributos físicos especiales.

La tercera forma de los celos son los celos sentimentales. Es la forma más grave de la enfermedad y la más interesante, de creer a algunos especialistas. El sufrimiento que puede llegar hasta una inf descriptible tortura moral, proviene del sentimiento claramente caracterizado de una disminución de la intimidad, de un aminoramiento de la amistad, de un debilitamiento de la dicha. Que se lo explique o no, el paciente experimenta la sensación clarísima de que el amor de que era objeto decrece, se debilita y amenaza con extinguirse. Tanto más sobreexcitado, el suyo se acrecienta. Su moral y su físico se resienten de ello y su salud general se altera.

Sé que «los celos sentimentales» pueden ser considerados como una reacción del instinto de conservación de la vida amorosa contra lo que amenaza su existencia. Admitiendo que una vida sentimental profunda se nutre de amor, de cariño y de confianza compartidos, puede comprenderse que, llegando a faltarle su alimento y amenazando con desaparecer, haya reacción lógica y resistencia natural. Con el apoyo de hechos, sé que los «celos sentimentales» son largos de curar y que pueden ser incurables. Veaase a ciertos enfermos recibir un golpe tal de una decepción amorosa que toda su vida se resiente de ello; se encuentran seres que habían edificado sobre un afecto único toda su vida sentimental; llegando éste a faltarles, se sienten de tal modo desorientados que se dan la muerte — a ejemplo de ciertos incurables. Lejos de mí la idea de negar que haya dureza, crueldad y sadismo a veces en abandonar en el aislamiento y en el dolor a quien ama sincera y profundamente y a quien ha tenido motivo para contar con el compartimiento de su sentimiento.

Negar esto sería un contrasentido por parte de un partidario del contrato o del pacto. Es a los «celos sentimentales» a los que se aplica la concepción del Larousse: «Tormento causado por el temor o por la certidumbre de ser traicionado por la persona que se ama y de ser amado menos que otra persona».

Mas todas estas consideraciones no curan al enfermo. Los individualistas anarquistas no podrían interesarse por los celos propietarios, sino para denunciar su ridiculez. Quedan los celos de orden sentimental-sexual. En El Dolor Universal (página 394, en nota), Sebastián Faure denuncia los celos como un «sentimiento puramente artificial», que «se deriva de circunstancias supresibles», «eliminable por sí mismo». A mi entender, la eliminación de los celos es función de la abundancia sexual y sentimental reinando en el medio donde evoluciona el individuo. Del propio modo que la atisfacción intelectual es función de la abundancia cultural puesta a disposición del individuo y de la misma manera que el aplacamiento del hambre es función de la abundancia de alimentos puestos a disposición del individuo. Ya se trate de un medio comunista donde se satisfacen las necesidades sin preocuparse del esfuerzo suministrado o de un medio individualista donde la satisfacción de los deseos está basada sobre la observación de la reciprocidad, la situación es la misma. Uno y otro quieren que sus componentes sean felices, y no' lo son en tanto que alguno sufra entre ellos — su cerebralidad, su hambre, sus sentidos o sus sentimientos insatisfechos —. El capricho, la fantasía, el tanto peor para ti, la preferencia, «el niño o hijo de bohemia» pueden constituir contratiempos para aislados — y esto es para demostrar —, no para asociados que no pueden nada si no reina entre ellos un espíritu de buena camaradería que implique apoyo, comprensión y concesiones mutuas. Y no sólo cuando se trata de asociados, sino también de camaradas que se frecuenten de muy cerca y que, buscando su placer individual sin querer perturbar el placer de los otros, se hayan emancipado de prejuicios tales como la fidelidad sentimental como inherente a la cohabitación, el propietarismo conyugal, el exclusivismo sexual como señal de amor en general.

E. ARMAND
(Traducción de E. Muñiz) Extraído de La Revista Blanca 30-08-1935

No hay comentarios :

Publicar un comentario